Los ungidos para gobernar
Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: «Cierren los ojos y recen». Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.
Eduardo Galeano
Guatemala es un país extremadamente conservador. Un vestigio latente de un pasado colonial que se coló hasta el siglo XXI y se materializa -entre otras cosas- en las expresiones religiosas en las que cada nuevo mandatario participa. A pesar que el Estado es laico, la mayoría de guatemaltecos aprueban efusivamente que los funcionarios participen en rituales religiosos, eso sí, dentro del cristianismo. Porque la ceguera espiritual de los guatemaltecos es infinita y el argumento principal para aplaudir que los funcionarios mezclen eventos oficiales con religión es que ésta proporciona un código moral universalmente válido. Pero la realidad por evidente es necia y desde Ríos Montt hasta Otto Pérez Molina, el discurso de la moralidad a través de la fe ha sido una falacia para comprar la aceptación de un país cimentado en ideales medievales.
La reflexión parte de la noticia que nuestro novel presidente asistió a un acto de oración en una mega iglesia protestante. De las decenas de comentarios que leí a favor, uno llamó mi atención: una señora se alegraba que nuestros funcionarios cumplieran con obligaciones religiosas y decía que «ojalá nunca llegue al poder un ateo porque si profesando una religión han fallado, imagínense si centran todo en su yo». La elocuente afirmación de la señora puede parecer válida, porque la religión es un código moral infalible ¿no? o al menos eso nos han enseñado.
Al parecer la señora está muy equivocada y “peca” de mentirosa. Phil Zuckerman, sociologo de la religión, hizo un estudio bastante interesante. Se mudó a Escandinavia para entender el fenómeno de la secularización o ateísmo en estas sociedades. Durante 14 meses vivió en Suecia y Dinamarca, esos países con mayores índices de prosperidad y felicidad a nivel mundial. Allí sostuvo más de 150 entrevistas formales y decenas de conversaciones casuales con lugareños y dejó sus experiencias plasmadas en este libro Society Without God: What The Least Religious Nations Can Tell Us About Contentment (NYU Press: 2010). Se entrevistó con un amplio y diverso espectro de personas, profesionales de toda índole, personas que únicamente terminaron la primaria, amas de casa e incluso un bajista. Las entrevistas trataron acerca de la orientación espiritual de las persona, y el común denominador que encontró el investigador fue que la mayoría de personas no creían en un dios personal o creador universal. La mayoría se identificaban como cristianos pero cuando se les preguntaba si creían en las enseñanzas de la biblia o la divinidad de Jesús decían que no estaban de acuerdo o simplemente no les interesaba mucho ahondar en esos temas. Bautizaban a sus hijos pero no para borrar el pecado original sino porque es la tradición y algo que todos hacen. Destinan una buena parte de sus impuestos a la iglesia pero no por fervor religioso sino para poder utilizar las instalaciones para casarse.
Y como mencioné anteriormente estas sociedades son las que tienen mejores indices de felicidad, desarrollo y progreso a nivel mundial. Sus habitantes se caracterizan por su solidaridad más allá de un dogma religioso. Nace a partir de la razón y no del miedo al castigo o la promesa de salvación como en Guatemala.
Entonces, es evidente que existe una estrecha relación entre los índices de desarrollo de un país y su orientación religiosa. Está comprobado que los países más religiosos son los que tienen mayores indices de violencia, pobreza y corrupción. En contraposición, los países más pacíficos y con menos corrupción son aquellos con menores indices de dogmatismo religioso. Creo entonces necesario que nuestra sociedad abra los ojos y deje la biblia a un lado.
Cuando llegue una persona abiertamente atea al poder o que al menos no utilice a dios como refugio moral,seremos una sociedad más sana, pacífica, tolerante y justa.